Un ser humano recién nacido encuentra en la madre su fuente de nutrición, afecto y cuidado. La teta que es un objeto físico real para el niño, se va convirtiendo en un símbolo, además. Lo que en principio es una fuente de supervivencia fisiológica, se va recubriendo de todo un significado psicológico. Es fuente de cariño, reconocimiento, calor, mirada, ternura. En ese contacto está la esencia del uno y del otro, en circulación permanente e internamente perpetua.
A medida que van creciendo, los bebés se van moviendo más. Se encuentran un mundo lleno de objetos que explorar, nuevos estímulos que aportan conocimiento sobre el mundo, su límite y cómo funciona. Nuevamente, todo pasa por la boca. Las sensaciones son recibidas desde ahí: texturas, densidades, sabores…. Lo deseable y común es que el niño vaya diversificando su mundo. El pecho de la madre, aunque insustituible, es un elemento más entre varios. Poco a poco el bebé busca fuera satisfacciones, y el contacto primario cada vez es menor. Siendo buscado como alimento complementario,o en episodios de susto y/o ansiedad. El pecho reconforta, nos devuelve a un espacio de seguridad. Nos recuerda que hay un sitio dónde volver.
Progresivamente llega el desapego madre-hijo, permitiendo que entren otras figuras vinculares que, aunque no tienen teta materna, tienen un pecho acogedor y sereno que puede recoger cualquier necesidad afectiva que el niño no sepa cubrir (fundamentalmente el papá y figuras parentales cercanas).
Esta aventura que va del útero al pecho, y del pecho al mundo, tiene duración variable (según el pacto implícito madre-hijo), e infinidad de procesos y progresos. Se pueden contar millones de historias, como millones de personas existen. Muchas mujeres piden una guía, un protocolo, una teta para saber qué hacer con su teta. Y no faltan opiniones, gurús o vecinas que pueden darte muchas soluciones. Creo que el verdadero reto es hacer explícito el pacto madre-hijo, para saber las condiciones del “contrato” y fecha de caducidad…..¿hasta cuándo hay teta para el hijo, sin que eso se convierta en la teta para la madre?.
Es un proceso delicado, que es imprescindible respetar. Necesita tiempo, espacio y toneladas de conciencia de lo que está pasando. El espacio vincular simbiótico que se genera dificulta la razón. El instinto campa a sus anchas y es difícil de regular. Si, como madres, somos capaces de respetar nuestra necesidad de individua, podemos entonces compartirla con nuestro bebé y, poco a poco, respetar su individualidad y el inicio de su autogestión emocional. No conozco a ninguna mamá que hable de este proceso como algo fácil, pero sí necesario.
En él se pone en juego muchos dolores añejos y ancestrales. Podemos sucumbir al miedo a la separación, o podemos enfrentarnos al orgullo de la libre apertura al mundo. Es la eterna lucha entre libertad y seguridad; supervivencia o progreso.
El problema es que esto de la maternidad es difícil de valorar, porque el producto nunca acaba de salir de fábrica. Somos madres hasta la tumba. Es un camino de no regreso, como el de la toma de conciencia. Desde este planteamiento siento que hay que enfrentarse a cada etapa de desarrollo de nuestro hijo. El YO hija/niña, el YO madre, el YO mujer bailan una danza, en la que sólo existe una partitura, que cada mujer reconoce en sí misma si escucha bien. Entonces una siente, en lo más profundo, que en ese momento lo que hace está bien y confía en que ha dado todo lo necesario para pasar a la siguiente etapa.
La confianza en una misma, para mí es la clave. Sentir que lo que haces, lo haces por amor y con amor, alivia los tránsitos, y sólo el tiempo dirá si fue un movimiento acertado. Y siempre se acierta si se escucha bien la sintonía de la danza. Y, a medida que el hijo crece, sólo toca ir haciendo pequeños ajustes.
Este es el proceso deseable, esperable y común. Afrontar con valentía el proceso de separación del hijo a nivel físico (teta), psicológico (individuo) y emocional (confiar en que el niño vaya haciendo su propio glosario, diferenciado del nuestro, de lo que siente e ir colocándolo). Supone el inicio del siguiente paso: la madre confía, y el hijo empieza a gestionarse.
Hoy en día, veo infinidad de mujeres que disfrazan su instinto, empoderan su razón y ningunean sus emociones con esto de la maternidad. En definitiva, no sintonizan con su danza interna. Es tan difícil escucharse con tanto ruido en el mundo, donde prima el logro individualista. Nos sentimos solas, y con poco espacio compartido. Mantenerse firme en la escucha de la danza se hace una tarea complicada. Hay muchas cosas por hacer y, poco a poco, cedemos el espacio interno hacia el afuera: elegir colegio, actividades, itinerarios, ocio,….cubrir las necesidades de nuestros hijos, evitando que se aburran o se frustren. Buscado el mejor método, dando lo mejor de nosotras, olvidándonos de nosotras: “Sí, sé que tengo que descansar, pero….”; “Sí, sé que tengo que cuidarme, pero….”; “sí, sé que tengo que crecer, pero….” Y a veces, en este plan de exigencias, nosotras quedamos al final de la lista. Sin querer, y con mucho amor, hacemos un mundo perfecto para nuestras criatura. Y sin darnos cuenta, llega la adolescencia.
Y entonces, algunos de estos niños, amadísimos por su entorno, llegan a mi consulta. Niños desbordados de afecto, envueltos en su mundo hecho a medida….sin poder decidir qué quieren estudiar, sin poder decidir a quién quieren amar, sin poder decidir cómo quieren ser. Todas estas preguntas existenciales, que todos nos hemos hecho y hemos resuelto más o menos, son una traba y un bloqueo para nuestros chavales. Se ven y se sienten sin recursos, con un tremendo miedo al vacío, perdidos en un mundo en el que ya está todo hecho. Sus ojos, en las primeras sesiones, demandan la solución. Siempre ha encontrado una solución fuera, siempre ha habido una teta fuera (real o figurada), que les ha dado lo que necesitaban. Han castrado su creatividad, su iniciativa, su propia búsqueda, por soluciones más o menos inmediatas que cubren la ansiedad. No han tenido espacio para probar, para equivocarse, llorar desconsolados, sufrir hasta encontrar una luz interna que les guíe. El miedo al sufrimiento de los hijos, hace que los padres, con muchísimo amor, no les dejemos sucumbir a su vacío. Sólo mencionar a los padres “depresión adolescente” les hace entrar en un atroz miedo a la enfermedad insalvable (quizá vivimos en una país que huye constantemente de una depresión evolutiva adolescente que le impida madurar, intentando por todos los medios no tocar el dolor y el vacío identitario, para resurgir desde la creatividad a otra forma de ser españoles….pero eso daría para otro largo texto). Quieren evitar por todos los medios que sus hijos entren en algo de lo que no puedan salir. Sin embargo, esta depresión evolutiva de búsqueda de la propia identidad es un reto individual, que sólo cada persona puede superar. No nos valen las recetas de otros, y lleva un tiempo encontrar las propias. Y les falta la confianza de sus padres en lograrlo. No se puede anticipar, no hay hoja de ruta, sólo la certeza de que como padres hemos hecho lo mejor posible, y creer firmemente en que eso se cristalizará de alguna forma en la madurez de nuestra criatura. Ese gran acto de fe, en una sociedad descreída, es el gran reto de los padres.
Y es ahí, antes de claudicar al acto de fe, cuando yo veo al adolescente entrar por la consulta con una enorme teta enganchada a la boca, pidiendo más, demandando más..¡Dáme la solución! (ni que decir tiene que me pasa también con muchos adultos no destetados…y esto da para otro texto). Lo mejor de todo es la cara de pasmo que se les queda cuando les digo “la solución está dentro de ti, tu eres tu propia teta”. Lejos de ser una cara de ilusión por todo el camino que tienen por delante, es más de pánico, porque no saben caminar solos.
Y ahí vemos, que no nos hemos fiado de nuestro trabajo como padres, ni hemos confiado en las capacidades de nuestros hijos. Escucho entonces la gran frase “ no es que no me fio de mi hijo, es que no me fio del mundo” y en esa frase volvemos a desconfiar del hijo…porque se supone que confiar requiere fiarse de que, sea como sea el mundo, nuestro hijo sabrá colocarse en un buen lugar.
El golpe es brutal, y el cambio de paradigma dolorosísimo. El acto de fe comienza a manifestarse… “necesito creer que mi hijo será capaz, en el peor de los escenarios, la mejor de sus versiones”
Retirarles la teta…dejar que vengan solos a consulta utilizando el transporte público, que se hagan responsables de sus citas, que asuman las consecuencias de sus actos, dejar el espacio vincular adolescente-terapeuta crecer y desarrollarse, abrirse a una zona de no control en relación a sus hijos. Sólo unos padres muy amorosos pueden superar el miedo al sufrimiento de sus hijos. Sólo un gran amor permite el destete fisiológico y el psicológico. El premio es grande: chicos y chicas que afrontan su destino incluyendo la posibilidad y el fracaso, el acierto y el error, el bloqueo y la lucidez…como parte de sí mismos. Sabiendo que pueden ser su propia teta, y también sabiendo que siempre, siempre, siempre, tendrán un pecho amoroso al que volver cuando necesiten. Ambos son incluyentes, complementarios, necesarios toda la vida.